El hada de los deseos
Kate era un joven muy simpática y de un corazón bondadoso. Todo los días recorría la ciudad con su varita en mano en busca de algún niño o niña al cual pudiera hacer feliz.
Katherine, como ya habrás imaginado, no era una joven común y corriente: Kate era una hada, un hada de la felicidad.
Día tras día, al caer la noche, la joven hada tenia que ir a la reunión de las hadas de la felicidad, en dicha reunión todas sus compañeras contaban aventuras y experiencias respecto a lo que les había ocurrido en el día y a los niños que les habían cumplido deseos.
Nuestra pequeña amiga, se iba todas las noches muy triste, porque nunca podía contarles nada, ya que en nunca había conocido a
alguien que la necesitara realmente. Siempre encontraba niños que pedían dinero o juguetes nuevos y costosos. A pesar de que Kate les cumplía los deseos no dejaba de sentirse triste porque los niños pedían cosas materiales.
Tras mucho pensarlo, Kate encontró una posible solución, y es que nunca había ido a buscar más allá de la ciudad, en la cual la mayoría de los niños tenían todo lo que sus padres les podían comprar y eso los hacia felices, aparentemente.
La mañana siguiente, con una energía renovada gracias a su descubrimiento, decidió que ese día iría al pueblo llamado Tecpan a probar suerte. Tras unas horas de vuelo por fin llego al pueblo. No tardó mucho en encontrar a unos pequeños niños que jugaban con el lodo. Kate se acercó a ellos y le dijo:
- Hola, me llamo Kate, soy un hada de la felicidad y vengo a concederles un deseo. ¿Cómo se llaman?
- Yo soy Julia – Respondió la niña
- Yo me llamo Jerry – Contestó el.
- Bueno, ¿ y qué les gustaría que les concediera?
Tras unos minutos de pensarlo y discutirlos los dos dijeron al mismo tiempo:
- Desearíamos que estos pasteles de lodo que estamos haciendo se convirtieran en reales, para darles un poco a todos nuestros amigos.
Kate se sorprendió mucho, ya que por primera vez en su vida había escuchado un deseo sin pretensiones y lleno de bondad, nunca había pensado que algún día escucharía un deseo para nada ambicioso y con lagrimas de felicidad en los ojos movió su varita y convirtió los pasteles de lodo en ricos pasteles de chocolate.
Ese día varias personas fueron felices, en primer lugar todos los niños que comieron de los deliciosos pasteles y también Kate, quien por fin tuvo algo digno de contar en la reunión de esa noche y aprendió que, los mejores deseos son aquellos en los que beneficias a las demás personas también...
El Corazón Perdido
Yendo una tardecita de paseo por
las calles de la ciudad, vi en el suelo un objeto rojo; me bajé: era
un sangriento y vivo corazón que recogí cuidadosamente. «Debe de
habérsele perdido a alguna mujer», pensé al observar la blancura y
delicadeza de la tierna víscera, que, al contacto de mis dedos,
palpitaba como si estuviese dentro del pecho de su dueño. Lo envolví
con esmero dentro de un blanco paño, lo abrigué, lo escondí bajo mi
ropa, y me dediqué a averiguar quién era la mujer que había perdido el
corazón en la calle. Para indagar mejor, adquirí unos maravillosos
anteojos que permitían ver, al través del corpiño, de la ropa
interior, de la carne y de las costillas -como por esos relicarios que
son el busto de una santa y tienen en el pecho una ventanita de
cristal-, el lugar que ocupa el corazón.
Apenas me hube calado
mis anteojos mágicos, miré ansiosamente a la primera mujer que pasaba,
y ¡oh asombro!, la mujer no tenía corazón. Ella debía de ser, sin duda,
la propietaria de mi hallazgo. Lo raro fue que, al decirle yo cómo
había encontrado su corazón y lo conservaba a sus órdenes de si
gustaba recogerlo, la mujer, indignada, juró y perjuró que no había
perdido cosa alguna; que su corazón estaba donde solía y que lo sentía
perfectamente pulsar, recibir y expeler la sangre. En vista de la
terquedad de la mujer, la dejé y me volví hacia otra, joven, linda,
seductora, alegre. ¡Dios santo! En su blanco pecho vi la misma
oquedad, el mismo agujero rosado, sin nada allá dentro, nada, nada.
¡Tampoco ésta tenía corazón! Y cuando le ofrecí respetuosamente el que
yo llevaba guardadito, menos aún lo quiso admitir, alegando que era
ofenderla de un modo grave suponer que, o le faltaba el corazón, o era
tan descuidada que había podido perderlo así en la vía pública sin
que lo advirtiese.
Y pasaron centenares de
mujeres, viejas y mozas, lindas y feas, morenas y pelirrubias,
melancólicas y vivarachas; y a todas les eché los anteojos, y en todas
noté que del corazón sólo tenían el sitio, pero que el órgano, o no
había existido nunca, o se había perdido tiempo atrás. Y todas, todas
sin excepción alguna, al querer yo devolverles el corazón de que
carecían, negábanse a aceptarlo, ya porque creían tenerlo, ya porque
sin él se encontraban divinamente, ya porque se juzgaban injuriadas
por la oferta, ya porque no se atrevían a arrostrar el peligro de
poseer un corazón. Iba desesperando de restituir a un pecho de mujer
el pobre corazón abandonado, cuando, por casualidad, con ayuda de mis
prodigiosos lentes, acerté a ver que pasaba por la calle una niña
pálida, y en su pecho, ¡por fin!, distinguí un corazón, un verdadero
corazón de carne, que saltaba, latía y sentía. No sé por qué -pues
reconozco que era un absurdo brindar corazón a quien lo tenía tan vivo
y tan despierto- se me ocurrió hacer la prueba de presentarle el que
habían desechado todas, y he aquí que la niña, en vez de rechazarme
como las demás, abrió el seno y recibió el corazón que yo, en mi
fatiga, iba a dejar otra vez caído sobre los guijarros.
Enriquecida con dos
corazones, la niña pálida se puso mucho más pálida aún: las emociones,
por insignificantes que fuesen, la estremecían hasta la médula; los
afectos vibraban en ella con cruel intensidad; la amistad, la
compasión, la tristeza, la alegría, el amor, los celos, todo era en
ella profundo y terrible; y la muy necia, en vez de resolverse a
suprimir uno de sus dos corazones, o los dos a un tiempo, diríase que
se complacía en vivir doble vida espiritual, queriendo, gozando y
sufriendo por duplicado, sumando impresiones de esas que bastan para
extinguir la vida. La criatura era como vela encendida por los dos
cabos, que se consume en breves instantes. Y, en efecto, se consumió.
Tendida en su lecho de muerte, lívida y tan demacrada y delgada que
parecía un pajarillo, vinieron los médicos y aseguraron que lo que la
arrebataba de este mundo era la rotura de un aneurisma. Ninguno (¡son
tan torpes!) supo adivinar la verdad: ninguno comprendió que la niña
se había muerto por cometer la imprudencia de dar asilo en su pecho a
un corazón perdido en la calle.
LA BUFANDA ROJA
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"Freiz Navad"
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"Freiz Navad". Eso es lo que
oí cuando abrí nuestra puerta trasera aquella mañana de Navidad.
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Un muy joven David L. Eppele estaba deslumbrado por
la luz navideña, el árbol y los regalos. Yo estaba justamente en las que
probablemente serían las mejores navidades que un 7 añero posiblemente
podría tener.
Sabes, había una caja completamente llena de
Caramelos caseros de la Tía Ellen, dos cajas de Manzanas (ésas que son
buenas de Farmington), un cajón de naranjas con el sello oficial de la
ciudad de Pasadena, y un saco de 50 libras de piñones para mascar
mientras yo jugaba con mi TREN ELECTRICO nuevo.
Despues estaban los Caramelos de Navidad. Yo estaba
tan ocupado que no me di cuenta de que estaba zampándome dos barras de
caramelo al mismo tiempo!
Esta fue la mañana de todas las mañanas. ¡Era
Navidad!
La cocina de leña estaba atareada emitiendo aromas
que gritaban: "¡El pavo y la guarnición serán servidos a la hora!"
Ornamentos genuinos de cristal soplados a mano
procedentes de Alemania brillaban suavemente en las ramas del arbol de
Navidad, y el aroma de los piñones tostados junto con el pavo era una
completa sinfonía para los sentidos de este joven hombre.
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MIENTRAS PAPA NOEL NO ESTABA
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Todos sabemos que Papá Noel vive en
el Polo Norte y también sabemos que es muy famoso y querido en todo el
planeta tierra.
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Lo que pocos saben es que en el Polo Sur, justo en el otro
extremo del planeta, habita un brujo llamado Celosías quien, no
sólo no cree en la Navidad, sino que siente mucha envidia por el
amor que todo el mundo siente por Papá Noel.
Este brujo celoso es muy, pero muy flaco. De todos modos, esa
no es la única diferencia que tiene con Papá Noel, la mayor
diferencia está en su alma y en su corazón pues no tiene buenos
sentimientos. También trabaja acompañado, en este caso por otros
dos brujitos jóvenes que lo único que hacen es darle la razón y
asentir cuanta cosa dice Celosías.
Todos los años para Navidad, ocurre lo mismo: en el Polo Norte
todo es alegría y preparativos, mientras que en el Polo Sur todo
es celos y envidia.
– ¡No puede ser, ya estoy cansado de esta situación! El mundo
entero no hace más que hablar de Papá Noel. Que me traiga esto,
que le pido lo otro. ¿Los chicos no tienen nada más entretenido
en sus vidas que hacer cartitas pidiendo cosas?
– Eso, ¿no tienen nada más entretenido que hacer? repitió uno de
los brujitos.
– ¿Que hacer cartitas pidiendo cosas? agregó el otro brujito.
– ¡No aguanto más, esto se termina aquí! No me gusta que a él lo
quiera todo el mundo y a mi nadie. ¡Traiganme a Papá Noel como
sea, este año no habrá regalo para nadie y a ningún niño le
quedarán ganas de volver a escribir cartitas! Grito furioso el
brujo envidioso.
Los dos brujitos se miraron entre sí,
preguntándose cómo harían para traer a Papá Noel desde la otra
punta del mundo.
Como si adivinara sus pensamientos, Celosías trajo un cohete
hecho con sus propias manos que nada tenía de lindo, pero
alcanzaba una gran velocidad. Los brujitos no estaban muy
convencidos de meterse allí dentro y pilotearlo, pero sólo
sabían obedecer y repetir.
Partieron hacia el Polo Norte y, como el cohete era realmente
muy veloz llegaron antes de lo previsto. Lo que vieron los maravilló. Todo era alegría en el taller de
papá Noel, duendes que iban y venían cargados de juguetes, todos
sonrientes y cantando. Era evidente que los hacía feliz hacer
ese trabajo.
Ni que hablar de Papá Noel, su sonrisa era casi más grande que
su pancita, lo cual es mucho decir. Sus ojos eran buenos y
transparentes casi. Lo que más les llamó la atención a los
brujitos fue que nadie daba órdenes, todo se pedía por favor,
algo a lo que ellos no estaban acostumbrados.
A través de un engaño y valiéndose de la bondad de Papá Noel
que creyó en sus mentiras, lograron (con mucho esfuerzo
por
cierto), meterlo en el cohete y llevarlo al Polo Sur. Un
duendecito que vio lo que había ocurrido desde una de las
terrazas del taller, contó a todos los demás lo que
había
pasado.
– ¿Qué haremos ahora sin Papá Noel? ¿Qué pasará con los niños
que esperan sus regalitos? ¿Es que este año la Navidad tendrá
que ser diferente? Se lamentaba uno de los duendes más viejitos.
– ¿Dónde lo habrán llevado? Preguntaba la mayoría ¿Estará bien?
– ¿Nos tendremos que jubilar después de esto? Sollozaban los
renos que temían no volver a hacer ningún viaje.
– ¡Calma señores calma! Intervino Chispazo, un duende joven y
con mucha energía. Todo es cuestión de organización, nos
dividiremos: unos buscarán a Papá Noel y lo traerán de vuelva y
otros nos encargaremos de su trabajo.
– ¿Hacer de Papá Noel? No me atrevería, además me faltan unos
cuantos kilos. Dijo un duende tímido, flaco y preocupado.
– Nadie reemplazará a Papá Noel, sólo haremos su trabajo para
que ningún niño quede sin regalo.
Chispazo tomó las riendas del asunto y organizó a algunos
duendes para que fueran en trineos suplentes a buscar por todo
el mundo a Papá Noel. Por otro lado, se encargó que todos los
duendecitos que quedaban terminaran los juguetes para ser
entregados a tiempo.
A pesar de la preocupación por Papá Noel, los duendecitos
trabajaban más que de costumbre para llegar a tiempo. No sólo no
querían que algún niño sufriera una desilusión, sino que además,
no querían defraudar a su gran amigo.
Como no tenía mucha
experiencia decidió que dos duendecitos lo acompañasen en el
viaje para repartir más rápido los regalos. Los renos no estaban
muy confiados que digamos, pero no les quedaba opción. Todos
estaban dispuestos a que la Navidad no sufriera cambios y que
todos los niños estuvieran contentos.
Mientras tanto, en el Polo Sur, el cohete aterrizaba con Papá
Noel un poco mareado y sin entender qué pasaba realmente.
– ¿Con qué, así es cómo eres no más?, preguntó Celosías.
– ¿Así cómo?, repreguntó Papá Noel.
– Gordo, viejo y aún así todo el mundo te ama. No hay niño que
no te quiera y grande también.
Por más que Papá Noel trató, fue imposible hacerle
entender al brujo flaco y celoso que el amor y el confiar en
alguien nada tienen que ver con su edad o sus kilos. Que el amor
nace y vive en el corazón de la gente y que la Navidad tiene que
ver con eso.
– Pues te informo, que este año no habrá Navidad, ni regalos
para nadie. Estoy cansando de tanta carta, tanto villancico,
tanta ilusión ¡Se terminó!
– No entiendo, preguntó muy triste Papá Noel ¿qué ganarías con
eso?
– Que ya no te quieran, como nadie me quiere a mi.
– Que ya no lo quieran, repitió un brujito.
– Como nadie lo quiere a él, repitió el otro.
– No lo vas a lograr, aunque yo no reparta los regalos este año,
la Navidad seguirá existiendo siempre y con ella la ilusión, el
amor y la esperanza.
– Ya veremos, ya veremos. Contestó Celosías.
– Ya verán, ya verán, repitieron los brujos a coro.
Papá Noel quedó pensativo, muy triste por un lado por la
actitud del brujo, pero confiado por el otro en que sus duendes
amigos, no dejarían a ningún niño sin su ilusión cumplida.
Llegó el día de Navidad, los trineos de rescate no habían
vuelto, Chispazo debía actuar. Como pudo se calzó un traje que
había de repuesto y aunque le quedaba por demás grande, lo lució
muy orgulloso. Subió al trineo junto con los dos duendecitos más
rápidos del lugar elegidos para ayudarlo en la tarea y
partieron. Hay que decir que los renos podían volar más rápido
porque el peso era mucho menor, con lo cual el viaje no tuvo
inconvenientes, todos y cada uno de los regalos fueron
repartidos y todos y cada unos de los sueños cumplidos.
Por otro lado, y justo el día de Navidad los trineos de
rescate divisaron a Papá Noel quien rezaba para todo saliera
bien a pesar de su ausencia.
No bien vio al trineo y a sus duendecitos moviendo las manos,
quiso gritar de alegría, pero al darse cuenta que Celosías
dormía la siesta, dejó el festejo para otro momento. Subió al
trineo y regresó al Polo Norte.
Cuando aterrizaron en casa, la noche de Navidad ya había
pasado, apenas piso la nieve blanca de sus tierras, Papá Noel
vio cómo su trineo descendía con un Chispazo muy cansado y dos
duendes agotados.
La felicidad fue casi tan grande como los gritos de Celosías
cuando se dio cuenta que Papá Noel se había ido.
– Todo está en orden, ningún niño se quedó sin regalo. Dijo
Chispazo muy orgulloso.
Papá Noel lo abrazó tan pero tan fuerte que casi lo deja
finito como un papelito.
– Yo sabía, yo confiaba en que mi gente jamás defraudaría a los
niños, no tengo palabras para agradecerles lo que han hecho.
Dijo muy emocionado. No sólo han hecho un trabajo perfecto, sino
que se preocuparon por rescatarme y traerme a casa de nuevo.
De eso se trata el amor, de hacer cosas por el otro, sea
rescatarlo de algún lado, entregar un regalo, mantener una
ilusión, hacer posible un sueño o lo que sea. Cuando hay amor,
todo es posible, desde cruzar de un polo a otro, hasta manejar
un trineo por primera vez, con ropa que nos cuelga y renos por
demás asustados.
Por mucho tiempo, en el otro extremo del planeta se siguieron
escuchando los gritos de alguien que no entendía nada de amor,
ni de Navidades y de hacer algo por el otro.
– ¡No pude con él, no pude lograr que dejen de quererlo! Gritaba
furioso el brujito flaco y envidioso.
Por primera vez, los dos brujitos repetidores cambiaban un
poco su discurso:
– No pudo con él y jamás podrá. Dijo uno
– Mientras haya amor, esperanza, ilusión en este mundo nadie
dejará de amarlo y de creer en Papá Noel, dijo el otro..
"Freiz Navad".
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Clement Clarke Moore - Traducción: Orly
Borges
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Era la víspera de Navidad,
y todo en la casa era paz. No se oía ni un ruidito, ni siquiera chillar
a un ratón.
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Junto al fuego colgaban los calcetines
vacíos, seguros que pronto vendría Santa Claus. Sobre la cama,
acurrucaditos y bien abrigados, los niños dormían, mientras dulces y
bombones danzaban alegres en sus cabecitas. Y mamá con pañoleta, y yo
con gorro de dormir, nos disponíamos para un largo sueño invernal.
De pronto en el prado surgió un alboroto, salté de la cama y fui a ver
qué pasaba. Volé como un rayo hasta la ventana, abrí las persianas y
tiré del postigo. La luna sobre la nieve recién caída le daba a los
objetos brillo de mediodía. Cuando para mi asombro vi pasar a lo lejos,
un diminuto trineo y ocho pequeños renos.
Conducía un viejecito, vivaracho y veloz, Y supe en seguida que debía
ser Santa Claus. Más rápido que las águilas, sus corceles volaban. Y
silbaba y gritaba y a sus renos ¡por su nombre llamaba!
– ¡Vamos Destello! ¡Vamos Danzarín! ¡Vamos Cabriolero y Brujo! ¡Corre
Cometa! ¡Corre Cupido! ¡Corran Trueno y Chispa! ¡A la cima del techo! ¡A
la cima del muro! ¡Vamos apúrense! ¡Apúrense! ¡Apúrense todos!
Como las hojas que vuelan antes de un fuerte huracán, que cuando se
topan con un obstáculo remontan al cielo, así volaron los corceles hasta
posarse en la casa, Con el trineo lleno de juguetes y Santa Claus
también. En un parpadear, sobre el techo escuché los pequeños cascos de
los renos patear y al volver la cabeza, entre cenizas y troncos, por la
chimenea de golpe cayó Santa Claus.
Abrigado con pieles, de la cabeza los pies, Santa Claus se encontraba
todo sucio de hollín. Llevaba en sus espaldas un saco de juguetes y
parecía un buhonero abriendo su paquete. ¡Cómo brillaban sus ojos! ¡Qué
felices sus hoyuelos! Sus mejillas como rosas, ¡su nariz como cereza! Su
graciosa boca con una mueca sonriente y la barba de su mentón tan blanca
como la nieve.
Sujetaba firme entre los dientes la boquilla de una pipa y el humo
rodeaba su cabeza a modo de guirnalda. Tenía una cara amplia y su panza
redonda. Temblaba al reirse ¡como un pote de gelatina! Era gordinflón y
rollizo, como un duende gracioso y apenas lo ví ¡me eché a reír sin
querer! Al ver su modo de parpadear y mover la cabeza, pronto me di
cuenta que no había nada que temer.
No dijo una palabra y volvió a su trabajo, Llenó bien los calcetines,
luego su cuerpo sacudió. Y colocando su dedo a un costado de la nariz e
inclinando la cabeza ¡por la chimenea salió! Saltó a su trineo y a sus
ayudantes silbó y arrancaron volando como la pelusa de un cardo. Pero
llegué a escucharle mientras desaparecía:
– ¡A todos Feliz Navidad y que pasen un buen día!
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LA LEYENDA DE LA ARAÑA DE NAVIDAD
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Orly Borges
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La Araña de Navidad es una
leyenda alemana que se originó ya hace mucho tiempo. Hoy en día
precisamente son muchos los alemanes que colocan en su árbol de
Navidad una araña brillante.
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Era el día en el que nacía Jesús, el día de la Navidad. Ella
limpiaba y limpiaba para que no pudiera ser encontrada ni una
sola mota de polvo. Incluso limpió esos rincones en donde en
muchas ocasiones al hacer mucho tiempo que no se limpia suelen
aparecer minúsculas telas de araña. Las pequeñas arañas, viendo
sus telas destruidas, huyeron y subieron a algún rincón del
ático.
Por fin llegó la víspera del Día de Navidad.
En esa casa colocaron y decoraron con mucho orgullo y alegría el
árbol, y la madre se quedó junto a la chimenea, esperando que
sus hijos bajaran de sus habitaciones. Sin embargo, las arañas,
que habían sido desterradas tras la ardua limpieza de la madre,
estaban desesperadas porque no iban a poder estar presentes en
la mañana de Navidad. La araña más vieja y sabia sugirió que
podían ver la escena a través de una pequeña rendija en el
vestíbulo.
Silenciosamente, salieron del ático, bajaron las escaleras y se
escondieron en la pequeña grieta que había en el vestíbulo. De
repente la puerta se abrió y las arañas asustadas corrieron por
toda la habitación. Se escondieron en el árbol de Navidad y se
arrastraron de rama en rama, subiendo y bajando, buscando
esconderse en las decoraciones más bonitas.
Cuando Santa Claus bajó por la chimenea aquella noche y se
acercó al árbol, se dio cuenta con espanto que estaba lleno de
arañas. Santa Claus sintió lástima de las pequeñas arañas,
porque son criaturas de Dios, sin embargo pensó que la dueña de
la casa no pensaría lo mismo que él.
De inmediato, con un toque de magia, golpeó un poco el árbol y
convirtió a las arañas en largas tiras brillantes y luminosas.
Desde entonces, en Alemania, todos los años, los abuelos les
cuentan a sus nietos la leyenda de las Arañas de Navidad, y
colocan con ellos las guirnaldas brillantes de colores en el
árbol.
Y cuenta la tradición que siempre hay que incluir una araña en
medio de cada decoración.
EL SECRETO DE SANTA
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Alberto Martínez
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En Nochebuena un niño miró
fijamente a Santa y le dijo: "Quiero saber tu secreto". Le susurró al
oído: "¿Cómo lo haces, año tras año?".
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"Quiero saber cómo, mientras viajas
dejando regalos aquí y allá, nunca se terminan. ¿Cómo es, querido Santa,
que en tu saco de regalos hay suficiente para todas las niñas y niños
del mundo? Siempre está lleno, nunca se vacía mientras vas de chimenea
en chimenea, a casas grandes y pequeñas de país en país, visitándolos
todos.
Santa se sonrió y le contestó, "No me hagas preguntas
difíciles. ¿No quieres un juguete?
Pero el niño dijo que no y Santa pudo ver que él
esperaba una respuesta. "Ahora escúchame," le dijo al niño, "Mi secreto
te hará más triste y más sabio".
"Lo cierto es que mi saco es mágico. Dentro de él hay
millones de juguetes para mi viaje en Nochebuena. Pero a pesar de que
visito a cada niña y a cada niño no siempre dejo juguetes. En algunos
hogares no tienen comida, en otros hay tristeza, en algunos hogares
están desesperados, y otros son malos. Algunos son hogares rotos, donde
los niños sufren. Esos hogares visito, pero ¿qué puedo dejar?".
"Mi trineo está lleno de cosas alegres, Pero para los
hogares donde habita la tristeza, los juguetes no son suficiente. Así
que en silencio me acerco, y beso a cada niña y a cada niño, y rezo con
ellos para que reciban la alegría del espíritu de la Navidad, el
espíritu que vive en el corazón del niño que no recibe, pero que da".
"Si Dios escucha y contesta mi oración, cuando
regrese el próximo año, lo que encontraré serán hogares llenos de paz, y
amor. Y niños y niñas llenos de la luz infinita. Es un trabajo difícil,
mi querido amiguito, dejar regalos para algunos y orar por otros. Pero
las oraciones son los mejores regalos porque Dios tiene el don de
satisfacer todas las necesidades".
"Esa es parte de la contestación. El resto es que mi
saco es mágico. Y esa es la verdad. Mi saco está cargado de amor. En mi
saco nunca falta el amor y la alegría... porque dentro hay oraciones y
esperanzas. No sólo juguetes. Mientras más doy, más se llena... porque
dando es como realizo mis sueños".
"¿Y quieres saber algo? Tú también tienes tu propio
saco. Contiene tanta magia como el mío, y está dentro de ti. Nunca se
vacía, está llenito desde el principio de tu vida. Es el centro de la
luz y el amor. Es tu corazón. Y si en ésta Navidad quieres ayudarme, no
te preocupes tanto por los regalos debajo de tu árbol. Abre ese saco que
es tu corazoncito, y comparte tu alegría, tu amistad, tu dinero, tu
amor".
"Gracias por el secreto. Me tengo que ir".
"Espera niño", dijo Santa, "no te vayas. ¿Compartirás
lo que tienes? ¿Ayudarás? ¿Te servirá lo que has aprendido?"
Y por un momento el niño se detuvo, tocó su corazón y
simplemente dijo: "Sí".
1.La Casa de los espejos
En Cádiz (España) en la parte antigua de la cuidad, cerca de la
Alameda,frente al monumento del marqués de Comillas junto al mar se
sitúa una antigua casa abandonada de la cual cuentan ser una casa
encantada. En la casa de los espejos vivió un capitán de barco con su
esposa y su hija; la hija le pedía a su padre que cada vez que volviese
de algún viaje este le trajese un espejo.La hija fue creciendo y se
convirtió en una bella joven, además era una hija ejemplar, ante tanta
grandiosidad el padre solo tenía ojos para ella. Pasaron y pasaron los
años y su padre seguía regalandole espejos llegando a tener una gran
colección compuesta por espejos de muchos lugares del mundo. La madre
ante estos caprichos y la poca atención que recibía por parte de su
marido discutía día a día con su hija cuando este se encontraba de
viaje, era tan grande la envidia que en uno de los viajes envenenó a su
hija para así obtener la absoluta atención de su marido.
Al llegar el padre, su esposa le dijo que su hija había padecido una
grave enfermedad y había muerto. El padre enloquecido no podía creer
que su ojito derecho había muerto y arremetía contra todo, cuando
entonces vio reflejado en los espejos la muerte de su hija y el
envenenamiento por parte de su madre. Al saber lo que realmente ocurrió
logró que su esposa confesara, fue encarcelada muriendo al tiempo; el
esposo se marchó de la casa para no volver jamás. La casa desde ese
momento hasta día de hoy continua inhabitada. Al entrar en esa casa un
escalofrío te recorre el cuerpo y aveces se pueden escuchar llantos de
una niña que fluyen desde el piso de arriba, donde se encontraba la
habitación de la niña, la cual aun posee sus paredes cubiertas por
espejos intactos que aveces dejan de reflejar tu reflejo. Varias
personas que han estado al interior de esa casa y en la habitación de la
niña a sensacion es realmente inquietante.
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